viernes, 23 de abril de 2010

El proceso de globalización emprendido a partir de 1990 tuvo como objetivo aumentar el bienestar de la población mundial. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio fueron las encargadas de liderar la tarea. Sin embargo, después de doce años, el fracaso es indiscutible. El último informe de la Comisión Económica para América Latina, divulgado por el secretario general José Antonio Ocampo, señaló que en el año 2001, 214 millones de personas, es decir, el 43 por ciento de la población latinoamericana, vive en la pobreza, y de éstas, 92.9 millones (18.6 por ciento), en la indigencia.

Para analizar que falla o que se debe mejorar nos basaremos en las recomendaciones de Joseph Stiglitz, gran experto en dichas instituciones y muy crítico con ellas. Stiglitz señala que hay que rediseñar las instituciones, al igual que todo el proceso de globalización. Los siete puntos de la agenda son los siguientes:

1. Aceptación de los peligros que conlleva la liberalización de los mercados de capitales y los flujos de capital de corto plazo, ya que imponen abultadas externalidades, lo cual significa mayores costes para quienes no son parte activa en el proceso de transacciones.

2. Es imperioso fijar reglas claras sobre las quiebras y moratorias, para que prestamistas e inversores en economías emergentes no se atengan a las políticas de salvamento de acreedores por parte del FMI; y así no estimular el tipo de préstamos temerarios tan comunes en el pasado.

3. Destinar menos recursos a los rescates económicos de los acreedores occidentales, pues este dinero permite que se cobre más de lo que se habría cobrado en otras circunstancias.

4. Es imprescindible tener una regulación bancaria transparente, tanto en los países desarrollados como en vía de desarrollo, con el objeto de no patrocinar prácticas de préstamos que fomenten la inestabilidad económica. Se necesita una aproximación a la regulación más amplia, menos ideológica, adaptada a las capacidades y circunstancias de cada país.

5. Se debe persuadir una mejor gestión del riesgo con respecto a la volatilidad de los tipos de cambio. Los países en desarrollo deben aprender a manejar esos peligros, probablemente mediante la compra de seguros contra tales fluctuaciones en los mercados internacionales de capitales.

6. En relación con lo anterior, dentro de la gestión del riesgo, es necesario tener mejores redes de seguridad que salvaguarden a la población más frágil de los países en crisis, lo que significa por ejemplo incluir programas de seguro de desempleo.

7. Finalmente Stiglitz sugiere construir mejores respuestas a las crisis. Los antecedentes muestran que la actuación del FMI en 1997-1998 fue desastrosa. Así las “respuestas ante las crisis financieras futuras deberán situarse en un contexto social y político”. En otras palabras, Stiglitz reclama que el FMI juegue el rol para el cual fue creado, es decir, proveer financiación para activar la demanda en los países que se encuentran en recesión. Frente a dicha situación el autor es sumamente crítico al decir “por qué cuando EE.UU. atraviesa una recesión aboga por una política fiscal y monetaria expansiva, y cuando la atraviesan ellos se insiste en justo lo contrario”.

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